El vuelo (Flight, 2012) de Robert Zemeckis.

“Bebo para olvidar que soy un borracho”.
(Antoine de Saint-Exupéry)

Tras un accidentado vuelo, el veterano capitán Whip Whitaker (Denzel Washington) realiza un aterrizaje de emergencia con el que logra salvar las vidas de casi todos los pasajeros. Lo que en principio parece haber sido un acto heroico, corre el riesgo de convertirse en negligencia cuando se descubre que Whitaker pilotó el avión estando ebrio.


Interesante drama sobre alcoholismo y drogadicción en el que lo más reseñable, aparte de su primera media hora de metraje, es el oscuro retrato que hace de un individuo golpeado por las adicciones al que interpreta de manera soberbia Denzel Washington.

Con Flight, el director Robert Zemeckis, responsable, entre otras cosas, de la trilogía de Regreso al futuro y de la insoportable Forrest Gump, vuelve al cine de imagen real después de su irregular incursión en el ámbito de la animación, donde rodó de manera consecutiva Polar Express (2004), Beowulf (2007) y Cuento de navidad (2009).


Como ya he apuntado, la película posee un arranque magnífico: el personaje de Washington aparece tumbado en la deshecha cama de una habitación de hotel, está borracho y semidesnudo. A su lado, sin ropa, se encuentra una joven de imponente físico que resulta ser una de las azafatas del avión que tiene que pilotar esa mañana. Falta poco para que se inicie el viaje, y nada mejor que una buena raya de cocaína para poder afrontarlo con "garantías". Han transcurrido sólo unos pocos minutos; pero ya sabemos que al protagonista le gusta joder, beber y drogarse. Una llamada telefónica también nos informa acerca de su estado civil; divorciado con hijo adolescente y exmujer con la que se lleva a matar. La descripción es impecable, no necesitamos conocer mucho más. A continuación comienza la espectacular y escalofriante secuencia del vuelo, la cual termina tal y como ustedes están imaginando (¡boom!). En realidad, ésta no deja de ser una simple excusa para ahondar en lo que verdaderamente interesa al director: el drama personal de Whitaker. Si bien es cierto que a partir de ahí el filme se torna convencional en su desarrollo, alargándose demasiado y transitando por lugares comunes, su cuidada realización, el pulso narrativo de Zemeckis y la extraordinaria presencia de Washington, hacen que el interés del espectador nunca decaiga por completo. Además, el elenco de secundarios es fantástico (Don Cheadle, John Goodman, Bruce Greenwood…).


Lo peor de la cinta es su inadecuado y poco creíble giro final. Por otro lado, la subtrama sentimental no aporta nada o casi nada. De hecho, creo que el personaje de Kelly Reilly era totalmente prescindible. Buena película en cualquier caso, de lo mejor que ha hecho su autor.


The Master (ídem, 2012) de Paul Thomas Anderson.

“Si consigues vivir sin servir a ningún amo, a ninguno, avísanos a los demás, porque serás el primero en haberlo conseguido”.

Años 50. Freddie Quell (Joaquin Phoenix), trastornado excombatiente de la Segunda Guerra Mundial, es captado por Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), el carismático líder de un grupo religioso en expansión al que se conoce como “La Causa”. Pronto se establece una relación especial entre ambos.


Extraña, sugestiva, enigmática, fascinante. Así es The Master, el mejor y más complejo trabajo realizado hasta la fecha por el director estadounidense Paul Thomas Anderson. Afirmar que este filme versa sobre los orígenes de la Iglesia de la Cienciología, aun siendo cierto, resulta tan simplista como reducir Hamlet a la historia de un hijo que desea vengar el asesinato de su padre. The Master me ha recordado al Discurso sobre la servidumbre voluntaria de Étienne de La Boétie (1576), al reflexionar de manera alegórica acerca de la ¿inevitable? tendencia natural del individuo a someterse a los demás. Como señala en un momento determinado de la película el ambiguo personaje de Lancaster Dodd, sucedáneo ficticio del fundador de la Cienciología L. Ron Hubbard, “todos servimos a algún amo”. Los hay que sirven a Dios, al dinero, a su jefe, a un gurú espiritual, a su mujer o creen, equivocados, servirse a sí mismos. Todos sirven (servimos), de un modo u otro, a alguien. Todos tenemos un amo. ¿Cuál es el suyo?


Mediante la relación entre Lancaster y Freddie, “el maestro y el animal”, Anderson contrapone los intereses de cualquier institución organizada (obediencia) frente a los del propio individuo (libertad). En este caso se trata de una secta; pero bien podría haber sido un Estado, un partido político o una religión. Las relaciones entre superiores e inferiores son básicamente las mismas. El personaje de Freddie, un tipo violento, alcohólico, pervertido y poco cuerdo, representa ese espíritu libre que rara vez se sujeta a otra cosa que no sean sus impulsos. Someterlo constituye un reto para Lancaster, de ahí que decida hacer de él su “conejillo de indias” y protegido. Acabar con sus instintos más primarios, con sus deseos y pasiones desenfrenadas, supone el primer paso hacia la subordinación total que todo líder requiere. Si lo consigue, demostrará a la sociedad su verdadero poder. 

Para la filmación de la cinta se utilizó un formato de 70 milímetros, lo que otorga a la imagen una textura más propia de un filme de los años cincuenta que de una película actual. Excelente su fotografía. Nada se le puede objetar a The Master en el plano estrictamente visual, donde emerge como un poderoso, apabullante y embriagador ejercicio cinematográfico. Sin embargo, en lo narrativo sí se detectan ciertas carencias, sobre todo en su tramo final, resuelto con una premura que no encontramos en el resto del metraje. 

Al igual que en There Will Be Blood, la banda sonora corre a cargo de Jonny Greenwood, guitarrista de la banda de rock alternativo Radiohead. Su partitura es turbadora, minimalista y rica en matices. Una joya.


La performance de Joaquin Phoenix bordea la genialidad. Su memorable composición aparece bien flanqueada por unos sobresalientes Philip Seymour Hoffman (sus cara a cara con Phoenix son impresionantes) y Amy Adams. Esta última interpreta a la guapa e intransigente mujer de Lancaster, la que rige el control sobre la organización en la sombra.

Reconozco no haber asumido por completo la densidad intelectual y filosófica de The Master. Me parece imposible tras un solo visionado. Y creo que eso es lo mejor que puedo decir sobre esta singular película.


Hitchcock (Alfred Hitchcock and the Making of "Psycho", 2012) de Sacha Gervasi.

“Imagínese a un hombre sentado en el sofá favorito de su casa. Debajo tiene una bomba a punto de estallar. Él lo ignora, pero el público lo sabe. Esto es el suspense”.
(Alfred Hitchcock)

Después de rodar decenas de películas y tras el éxito obtenido con su última producción, Con la muerte en los talones, Alfred Hitchcock (Anthony Hopkins), probablemente el director de cine más famoso del mundo, necesita un nuevo proyecto que sea diferente y, al mismo tiempo, logre colmar las expectativas de sus seguidores. Hasta él llega Psycho, novela escrita por Robert Bloch a partir de los truculentos crímenes de Ed Gein, un asesino en serie de Wisconsin. Con la ayuda de su inseparable esposa Alma Reville (Helen Mirren), el cineasta británico afrontará la empresa más arriesgada de toda su carrera.


Ningún amante del cine del autor de La ventana indiscreta debería dejar pasar Hitchcock, el espléndido debut como realizador de largometrajes de Sacha Gervasi. Considero, aun a riesgo de equivocarme, que nadie que admire verdaderamente la obra del maestro del suspense puede no apreciar, en mayor o menor grado, esta película; la cual supone no ya sólo un delicioso homenaje a uno de los directores clave del séptimo arte (con sus luces y sus sombras, por supuesto) y a su pasión por hacer películas, sino que también constituye una merecida reivindicación de la infravalorada, casi oculta, figura de Alma Reville, sin cuyo apoyo y fiel colaboración, la filmografía de su marido no habría sido lo extraordinaria que es. 

El filme se abre y cierra con monólogos paródicos que emulan las apariciones del cineasta inglés en su célebre serie de televisión Alfred Hitchcock presenta, donde, antes y después de cada episodio, departía durante unos breves minutos con los telespectadores haciendo chistes de carácter morboso. La interpretación que del personaje hace Sir Anthony Hopkins resulta excelente, y sólo podrá ser apreciada con justicia si se disfruta en su versión original.


La trama elaborada por John J. McLaughlin y Stephen Rebello, coautores del inteligente guión que adapta un libro escrito por el segundo, sigue dos líneas que se realimentan entre sí:

Vida profesional - El making of de Psicosis.- Alfred Hitchcock tuvo que financiar personalmente Psycho ante la negativa de la Paramount de invertir en el proyecto. La cinta contó con un presupuesto de unos ochocientos mil dólares, cifra bastante irrisoria para el Hollywood de la época. El equipo de rodaje utilizado fue el habitual de la serie de televisión. Hitchcock obligó a sus miembros a hacer un juramento según el cual, no revelarían nada relativo al argumento de la película ni siquiera a sus familiares. También se encargó de “agotar” los ejemplares de la novela de Bloch, para que así nadie supiera a qué atenerse al entrar en la sala de cine. Como llamativa estrategia publicitaria, se impidió al público entrar en los locales donde se proyectaba el filme si éste ya había comenzado. De hecho, en uno de los tráileres se definía a Psicosis como “la película que se debe ver desde el inicio, o no se debe ver”. Todo esto queda bien reflejado en la obra de Gervasi, incidiéndose, además, en la extraña obsesión del director por las actrices que protagonizaban sus películas: esas misteriosas rubias huidizas, imposibles de alcanzar, que tan bien personificó Kim Novak en la mayor de sus obras maestras, Vértigo.

Vida personal - Su relación con Alma.- El centro gravitatorio de la película es la relación otoñal que Hitchcock mantiene con su esposa, a la que conoció a principios de los años veinte cuando ambos trabajaban juntos en Londres. Alma (qué bien está siempre Helen Mirren) acompañó a su marido a lo largo de toda su carrera profesional, ayudándolo a editar sus filmes y pulir sus guiones. Siempre se mantuvo a la sombra, evitando aparecer en los títulos de crédito de las películas y soportando los continuos coqueteos del director con sus actrices. Su actitud hizo honor a ese refrán popular que dice que “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”. En cuanto al propio Hitchcock, se echa en falta una mayor hondura en el dibujo de su perfil psicológico; aunque se exponen ciertos rasgos de personalidad que describen a un individuo inseguro y atormentado (inquietantes sus fantasías alucinatorias con Ed Gein).


A caballo entre la comedia ligera y el drama personal, Hitchcock se erige como un entretenido ejercicio de nostalgia cinéfila bien filmado y mejor interpretado. Altamente recomendable.


Cine y literatura: Jane Eyre, el alma rebelde de Charlotte Brontë.



Charlotte Brontë (1816-1855).


   "Siempre me acostaba con la muñeca: todos los seres humanos necesitan amar a alguien, y a falta de un objeto más valioso, yo me complacía en querer a aquel juguete marchito y raído, una especie de espantapájaros en miniatura. Ahora me sorprende recordar la intensidad de mis sentimientos hacia ese ser inanimado: casi llegaba a creer que estaba viva y que era capaz de sentir. No me dormía hasta que la acurrucaba bajo las sábanas, no me quedaba tranquila hasta tener la absoluta certeza de que estaba cómoda y a salvo. Sólo entonces, creyéndola feliz, era capaz de compartir con ella parte de ese sentimiento". (Jane Eyre, 1847)


Alma rebelde (Jane Eyre, 1943) de Robert Stevenson.









Jane Eyre (ídem, 1996) de Franco Zeffirelli.









Jane Eyre (ídem, 2011) de Cary Fukunaga.







Las diez mejores películas de Raoul Walsh.





Los violentos años veinte (The Roaring Twenties, 1939).



El último refugio (High Sierra, 1941).



Al rojo vivo (White Heat, 1949).



Juntos hasta la muerte (Colorado Territory, 1949).



Perseguido (Pursued, 1947).



El mundo en sus manos (The World in His Arms, 1952).



Murieron con las botas puestas (They Died with Their Boots On, 1941).



El ladrón de Bagdad (The Thief of Bagdad, 1924).



Camino de la horca (Along the Great Divide, 1951).



Los implacables (The Tall Me, 1955).

Anna Karenina (ídem, 2012) de Joe Wright.

“La razón no me ha enseñado nada. Todo lo que yo sé me ha sido dado por el corazón”. (León Tolstói)

Rusia imperial, 1874. Anna Karenina (Keira Knightley), esposa del alto funcionario del gobierno Alekséi Karenin (Jude Law), viaja desde San Pertersburgo hasta Moscú, para intentar mediar en la relación matrimonial de su hermano, el príncipe Oblonsky (Matthew Macfadyen), la cual se tambalea debido a una infidelidad cometida por éste. Allí conoce al joven oficial Vronsky (Aaron Taylor-Johnson), del que queda perdidamente enamorada.


El realizador británico Joe Wright, (re)conocido por filmes como Orgullo y prejuicio (2005) o Expiación (2007), dirige esta ambiciosa adaptación de la famosa novela de Tolstói. A medio camino entre el clasicismo narrativo y la forma experimental, la presente versión de Anna Karenina termina sucumbiendo ante sus excesivos artificios y falta de pasión. Resulta fría, lujosa, aburrida, ridícula y decididamente insustancial.


Lo que más llama la atención (unas veces para bien, otras para mal) de esta tragedia amorosa que arremete contra el anquilosamiento moral de la aristocracia rusa, es su arriesgada e inusual puesta en escena. Casi toda la película se desarrolla a lo largo, ancho y alto de un escenario. Apenas hay exteriores. Los decorados van mutando (a veces incluso delante de nuestros propios ojos) con el objeto de acotar las distintas fracciones de tiempo y espacio que conforman el relato. La composición de cada plano es meticulosa, imponiéndose siempre lo estético sobre lo narrativo. Ello hace que el conjunto quede reducido a una mera sucesión de bonitas estampas teatrales con más pose que contenido, donde sólo su deslumbrante envoltura visual merece ser destacada. Magnífica banda sonora de Dario Marianelli, colaborador habitual del director.

En el apartado interpretativo, ni siquiera sobresale la protagonista; una Keira Knightley demasiado habituada a lucir hermosos vestidos de época en producciones de este tipo. Le urge un cambio de registro ya. 


Entre ustedes y yo, si quieren disfrutar de la gran obra de Tolstói en celuloide, mejor recuperen el clásico de 1935 encabezado por Greta Garbo, Fredrich March y Basil Rathbone. No hay color entre un filme y otro.


Lirismo y épica: un paseo a través del western fordiano.


"Me llamo John Ford y hago películas del Oeste".




La diligencia (Stagecoach, 1939).


Corazones indomables (Drums Along the Mohawk, 1939).


Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946).


Fort Apache (ídem, 1948).


Tres padrinos (The Three Godfathers, 1948).


La legión invencible (She Wore a Yellow Ribbon, 1949).


Caravana de paz (Wagon Master, 1950).


Río Grande (Rio Grande, 1950).


Centauros del desierto (The Searchers, 1956).


Misión de audaces (The Horse Soldiers, 1959).


El sargento negro (Sergeant Rutledg, 1960).


Dos cabalgan juntos (Two Rode Together, 1961).


El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962).


La conquista del Oeste (How the West Was Won, 1962).


El gran combate (Cheyenne Autumn, 1964).

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