Mud (ídem, 2012) de Jeff Nichols.

“Todo hombre es como la luna: con una cara oscura que a nadie enseña”.
(Mark Twain)

Navegando río arriba por el Misisipi, Ellis (Tye Sheridan) y “Neck” (Jacob Lofland), dos amigos adolescentes, llegan a una pequeña isla en la que se topan con Mud (Matthew McConaughey), un fugitivo que huye de la policía y de un grupo de matones que quieren matarlo.


Después de la apocalíptica Take Shelter, el joven realizador estadounidense Jeff Nichols reafirma su talento tras las cámaras con esta aventura adolescente que, debido a su ubicación geográfica, el río Misisipi y sus proximidades, a su protagonista, un chico de catorce años, y a algunos de los temas que trata, como la amistad, se emparenta directamente con la literatura de Mark Twain. El filme está rodado de manera íntegra en escenarios reales del estado de Arkansas.


Mud supone un viaje iniciático hacia los sinsabores de la vida adulta. La infancia termina para sus dos púberes protagonistas una vez que caen los títulos de crédito finales. De la mano del embaucador fugitivo cuyo apodo (barro o lodo en español) da nombre a la película, Ellis y “Neck” conocen el lado más amargo del mundo en el que les ha tocado vivir. Existe, además, en Mud, un anticuado, ingenuo, encantador, trasfondo romántico basado en el ideal femenino que se da de bruces con la cruda realidad (casi todos los personajes masculinos de la cinta lo pasan o lo han pasado mal a causa de una mujer). Aunque lo que sobre todo hay en Mud es buen cine americano. Cine arraigado a la tierra, a la historia y a los personajes. Nichols se toma su tiempo a la hora de narrar un relato que se desarrolla sin prisas pero sin pausas. El interés del espectador se mantiene gracias al buen pulso narrativo y a un guión que va descubriendo sus cartas con el transcurrir de los minutos. Su mayor acierto consiste en describir de un modo adecuado las motivaciones de sus personajes. Ni siquiera se descuidan las tramas secundarias, como ocurre en el caso del viejo Tom (Sam Shepard), cuya vida pasada, por lo que se nos cuenta, podría haber dado lugar a otro interesante filme.


El excelente reparto hace el resto. McConaughey cumple con solvencia en su rol, mientras que el joven Tye Sheridan, a quien ya habíamos visto en El árbol de la vida, de Terrence Malick, y el gran Sam Shepard, qué gusto da verlo en pantalla, son los que verdaderamente brillan.  

Quizá no tenga la intensidad dramática de Take Shelter, pero con Mud, Jeff Nichols vuelve a demostrar por qué es uno de los directores sobre los que más esperanzas hay depositadas dentro del panorama cinematográfico estadounidense actual.

Lo dicho, cien por cien recomendable.


Antes del anochecer (Before Midnight, 2013) de Richard Linklater.

“Si ahora nos encontrásemos en un tren, ¿te pondrías a hablar conmigo? ¿Me pedirías que me bajara contigo?”

Desde su último encuentro, hace nueve años, Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) forman una pareja estable que ha tenido gemelas. Ahora pasan unas semanas de vacaciones junto a sus amigos en las costas del Peloponeso.


Con Before Midnight el director estadounidense Richard Linklater cierra la llamada “trilogía de Jesse y Celine” que él mismo inició en 1995 con Before Sunrise, y que continuó unos años más tarde con Before Sunset, en 2004. Tres películas, bastante sobrevaloradas a mi entender, que muestran el nacimiento, la consolidación y el desgaste de la relación de pareja que mantienen a lo largo de los años sus dos protagonistas principales.


En Antes del anochecer, Linklater parece haber tomado como punto de referencia el filme Viaggio in Italia, de Roberto Rossellini (el personaje de Celine se refiere a él en un momento determinado de la cinta), al optar también por un contexto perteneciente a la antigüedad clásica como marco geográfico en el que se ubica su drama de pareja en crisis. Los rincones turísticos de Nápoles, la isla de Capri o la antigua ciudad de Pompeya por donde pululaban George Sanders e Ingrid Bergman en la película del gran cineasta italiano, dejan paso ahora a los hermosos pueblecitos costeros de la península del Peloponeso en Grecia. La acción se desarrolla en un solo día, estructurándose en unas pocas secuencias de larga duración. Los personajes no paran de hablar, diríase que padecen algún tipo de incontinencia verbal. No existen los (necesarios) silencios, por lo que el espectador termina aturrullado ante tanto exceso de verborrea. ¿Por qué no se callan? Hay diálogos interesantes, pero la mayoría fracasan en su pretencioso intento de sentar cátedra emocional. De todos modos, resulta difícil no sentirse identificado con algunas de las reflexiones planteadas en torno a la vida, el amor, los hijos, el sexo o la convivencia en pareja.  


Ethan Hawke y Julie Delpy están espléndidos, su complicidad en la pantalla es innegable. El trabajo de ambos constituye lo más valioso de un filme que se sigue con agrado, pero en el que no ocurre nada que no hayamos visto antes en otros títulos de mayor calado. Evidentemente, Linklater no es Ingmar Bergman. Ni siquiera Woody Allen o Ettore Scola.


La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein, 1935) de James Whale.

"¡Por un mundo nuevo de dioses y monstruos!"

Después de las terribles consecuencias que desencadenó la creación de la criatura (Boris Karloff), sepultada ahora bajo los restos de un viejo molino quemado, el doctor Frankenstein (Colin Clive), su creador, se encuentra reposando, aún en estado de shock, en su hogar junto a su mujer, Elizabeth (Valerie Hobson). Sin embargo, la llegada del siniestro doctor Pretorius (Ernest Thesiger), otro científico obsesionado con crear vida, lo sacará de su aislamiento, empujándolo nuevamente hacia sus viejos experimentos.


- Absoluta libertad creativa.
Filmes como Drácula, de Tod Browning, o El doctor Frankenstein, del propio Whale, ambos de 1931, constituyeron grandes éxitos de taquilla en un período de prolongada depresión económica. Pareciera como si el cine de monstruos aflorase siempre en tiempos de crisis. Lo que había sucedido años atrás en la Alemania posterior al Tratado de Versalles, se daba ahora en Estados Unidos tras el Crac del 29. Viendo la gallina de los huevos de oro, el jefe de producción de los estudios Universal, Carl Laemmle Jr., propuso a Whale la realización de una secuela de su película de 1931. Éste, en un principio, se negó rotundamente, aduciendo que quería hacer otro tipo de trabajos alejados del género fantástico. Sin embargo, la insistencia de Laemmle, que ofreció al director inglés un mayor presupuesto que en la película precedente y una libertad creativa absoluta, terminó por convencer a Whale, que acabaría alumbrando su gran obra maestra.

- Emulando la reunión del Lago de Ginebra.
En mayo de 1816, Mary Shelley, su esposo, el poeta Percy Shelley, su hermanastra, Claire Clairmont, Lord Byron y el médico y secretario de éste, John William Polidori, se reunieron en la Villa Diodati, muy próxima al Lago de Ginebra, para pasar unos días. Este episodio fue recreado por el director español Gonzalo Suárez en su interesantísima Remando al viento, 1988. Allí, entre interminables charlas nocturnas y lecturas de todo tipo, el autor de Las peregrinaciones de Childe Harold planteó a los demás la idea de que cada uno de ellos escribiera una historia sobrenatural. Mary Shelley decidió escribir Frankenstein o el Moderno Prometeo, su primera novela, que se publicaría en 1818. Pues bien, en el prólogo de La novia de Frankenstein, uno de los momentos esenciales de la película, aparecen los personajes de Mary Shelley (Elsa Lanchester), Percy Shelley (Douglas Walton) y Lord Byron (Gavin Gordon), que se encuentran reunidos en torno a una chimenea, mientras el exterior es sacudido por una furibunda tormenta. Byron, delante de un ventanal, muestra su sorpresa por el hecho de que una fémina tan delicada y temerosa como Shelley, ésta dice que tiene miedo a las tormentas, haya escrito una historia tan espeluznante como Frankenstein. El poeta rememora entonces algunas escenas del primer filme. A continuación, Shelley revela tanto a él como a su marido que su relato aún no ha concluido, iniciando una narración que une el final de la primera película con el principio de la segunda. Simplemente magistral. 


- El doctor Pretorius.
Si hay un personaje en Bride of Frankenstein que marca las diferencias con respecto al primer filme, ese no es otro que el del doctor Pretorius, al que interpreta de manera brillante el actor británico Ernest Thesiger, con quien Whale ya había trabajado unos años antes en El caserón de las sombras (The Old Dark House, 1932). Es el Mefistófeles de la película, el diablo que incita a Henry Frankenstein a volver al lado oscuro. Se trata de un tipo siniestro, divertido, blasfemo, afeminado y ateo. Capaz de cualquier cosa con tal de llevar a buen término sus experimentos sobre la creación de vida. Su presentación en la película, envuelto en sombras bajo el marco de una puerta, sería homenajeada décadas más tarde por William Friedkin en El exorcista (The Exorcist, 1973), cuando el padre Merrin (Max von Sydow) visita  por vez primera la casa de la endemoniada Regan (Linda Blair). La escena en la que Pretorius muestra a Henry sus diminutas creaciones encerradas en frascos de cristal, es una de las más recordadas de la obra que nos ocupa. En ella sorprende lo logrados que están los efectos especiales para la época.

- Una comedia negra.
Pese a lo que pueda parecer, La novia de Frankenstein no es una cinta de terror al uso, sino más bien una comedia negra en la línea de la citada El caserón de las sombras o algunos momentos de El hombre invisible (The Invisible Man, 1933). Hay mucho humor negro, mucha ironía, mucha sátira y mucha mala baba en sus apenas setenta y cinco minutos de metraje. Se nota que Whale gozó aquí de una libertad que no tuvo en la primera parte (El doctor Frankenstein resultaba demasiado seria para ser una de sus obras). A ningún otro director se le hubiese ocurrido la idea de meter en una película de terror a la chillona de Una O´Connor, o a personajes tan caricaturescos como el del burgomaestre del pueblo. Esa mezcla de parodia y horror es una de las marcas de la casa del gran James Whale.


- Entre el bien y el mal.
¿El hombre es bueno por naturaleza como afirmaba Rousseau, o, por el contrario, es un lobo para el propio hombre como defendía Hobbes? En Bride of Frankenstein, al igual que en la novela de Shelley, se plantean diversas cuestiones morales acerca de las ideas del bien y del mal. ¿Es el monstruo un ser malvado o una simple víctima? ¿Cuál es su tendencia natural? ¿Acaso sus actos no vienen determinados por las reacciones que su espantoso aspecto causa en los demás? Hay en el filme una secuencia bellísima, conmovedora. Me refiero al primer encuentro en el bosque entre la criatura y el ermitaño ciego, mientras éste toca al violín las notas del Ave María de Schubert. Es la única vez en toda la película que el monstruo, huérfano, abandonado y apaleado, recibe un trato humano. Nunca más volverá a sentir nada parecido, ni siquiera cuando creen a su compañera, que lo rechazará de inmediato.

- La novia.
No podemos finalizar el comentario sin aludir a la novia, interpretada también por Elsa Lanchester. Las hábiles manos del maestro Jack Pierce, que debió inspirarse en el busto de Nefertiti, crearon un verdadero icono dentro del género. ¿Quién no ha visto ese look en cualquier fiesta de disfraces de Halloween? A día de hoy, su vigencia estética permanece invariable. Su creación da lugar al clímax final de la obra, reforzado por la genial partitura de Franz Waxman. Qué momento memorable cuando la novia, tras un primerísimo plano de sus ojos ya descubiertos de vendas, comienza a desplazarse con dificultad, a mirar a su alrededor, ayudada por Frankenstein y Pretorius, que ejercen de improvisadas matronas y tratan de que no pierda el equilibrio. Sin duda, una de las cumbres del cine fantástico.


En definitiva, en términos de estilo, originalidad creativa y conjugación de todos y cada uno de los elementos que conforman un ejercicio fílmico, desde el guión hasta la puesta en escena,  pasando por la fotografía, el trabajo de los actores o la música, podemos afirmar que La novia de Frankenstein es una de las mejores películas de todos los tiempos. Y recuerden, ¡está viva!


Tres colores: Rojo (Trois couleurs: Rouge, 1994) de Krzysztof Kieslowski.

“Lo que llamamos casualidad no es, ni puede ser, sino la causa ignorada de un efecto desconocido”.
(Voltaire)

Tras atropellar a un perro con su vehículo, Valentina (Irène Jacob), joven estudiante que se gana la vida como modelo, emprende la búsqueda de su dueño, que termina siendo un juez retirado (Jean-Louis Trintignant) aficionado a escuchar las conversaciones telefónicas de sus vecinos.


¿Existe realmente la casualidad o todo está predeterminado de antemano? ¿Somos conscientes de que cualquier acto que llevemos a cabo, por nimio que pueda llegar a parecer, influye no ya sólo en nuestro destino, sino también en el de las personas que nos rodean? ¿Hasta qué punto la existencia es fruto del azar? El director polaco Krzysztof Kieslowski plantea algunas de estas cuestiones en Trois couleurs: Rouge, película con la que cierra su famosa trilogía inspirada en los tres colores de la bandera francesa.


La obra que nos ocupa es, si no la mejor (habrá quien se decante por la evocadora poética de Bleu), sí la más compleja de la trilogía. El autor de El decálogo, concibe aquí un microcosmos en el que todos los elementos que lo conforman parecen interactuar entre sí (los continuos “cruces de camino” entre Valentina y Auguste, su vecino, a lo largo del filme sin que ninguno de los dos se percate), como si cada uno de ellos formase parte de un engranaje armónico con un fin ya determinado. Podríamos decir que todo lo que sucede en la película ocurre por alguna razón. Si Valentina atropella a un perro, es para que pueda encontrar al juez. Si ambos se conocen, es para que el segundo se denuncie a sí mismo por espiar a sus vecinos. Si éste se denuncia a sí mismo, es para que la novia de Auguste, también magistrada, se encargue del caso, conozca a otro hombre y lo abandone. Cada acción de los personajes determina la vida de los demás. Sólo Jean-Louis Trintignant, enorme interpretación la suya, parece ser consciente de lo que pasa. Su personaje, una suerte de demiurgo que maneja los hilos, resulta tremendamente ambiguo. ¿De quién se trata en realidad? Entrañable la relación que mantiene con la hermosa Irène Jacob, otra alma a la deriva.


Como ocurría en Azul, y en menor medida en Blanco, el color del título impregna toda la cinta (el toldo de la cafetería que frecuenta Valentina, la cortina que se utiliza como fondo en el reportaje fotográfico que ésta protagoniza, el suelo y las barras de la sala donde practica ballet, el coche todoterreno de Auguste, las butacas del teatro en el que Valentina desfila, etc.). En la dirección de Kieslowski destaca la cuidada composición de planos, bellísimos, amén del hábil uso de la grúa en determinadas escenas.

La última secuencia del filme, donde se cita a todos los personajes de la trilogía, ejemplifica a la perfección lo que supone el oficio de cineasta: ser el Dios de tu propio mundo y decidir el destino de quienes lo habitan.


Las diez mejores películas de Terence Fisher.


Terence Fisher junto a Susan Denberg durante el rodaje de Frankenstein creó a la mujer.


El cerebro de Frankenstein (Frankenstein Must Be Destroyed, 1969).



La leyenda de Vandorf (The Gorgon, 1964).



Las novias de Drácula (The Brides of Dracula, 1960).



Drácula (Horror of Dracula, 1958).



La maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, 1957).



La venganza de Frankenstein (The Revenge of Frankenstein, 1958).



Frankenstein creó a la mujer (Frankenstein Created Woman, 1967).



La maldición del hombre lobo (The Curse of the Werewolf, 1961).



Drácula, Príncipe de las tinieblas (Dracula, Prince of Darkness, 1966).



El perro de Baskerville (The Hound of the Baskervilles, 1959).

Tres colores: Azul (Trois couleurs: Bleu, 1993), de Krzysztof Kieslowski.

“Soy nada más que un observador” 
(Kieslowski).

Después de sufrir un grave accidente de tráfico en el que han perdido la vida su marido, prestigioso compositor de música, y su hija, Julie (Julieta Binoche) decide aislarse del mundo, desprenderse de sus posesiones e iniciar una solitaria existencia. Sin embargo, la presencia de Olivier (Benoît Régent), antiguo ayudante de su marido, ahora enamorado de ella, y la de una obra inacabada que éste dejó, un concierto para la conmemoración de la unificación europea, la empujarán a enfrentarse con su doloroso pasado.


Trois couleurs: Bleu, constituye la primera entrega de la trilogía que el cineasta polaco Krzysztof Kieslowski dedicó a los colores de la bandera francesa, inspirándose libremente en los valores que cada uno de ellos representa: el azul, la libertad; el blanco, la igualdad; el rojo, la fraternidad. No obstante, el director desposee a esos valores de su anticuado contenido político para encaramarse sobre cimas más metafísicas. La película se alzó con el León de Oro en el Festival de Venecia, donde también se premió el trabajo realizado por su actriz principal.


El filme, bello, enigmático, misterioso y evocador, se beneficia de la hermosa fotografía de Slawomir Idziak, la magistral partitura de Zbigniew Preisner, el gran trabajo interpretativo de una hermosa Juliette Binoche y el ornamental estilo visual y narrativo de su particular realizador. Sin embargo, el conjunto ofrece menos de lo que en principio promete, contiene pasajes que poco aportan al devenir de la trama (la relación de “amistad” entre Julie y su vecina prostituta, o el episodio de la rata y sus crías), carece de la emotividad necesaria y desaprovecha a algunos personajes secundarios, como el de la madre enferma de la protagonista, a quien da vida Emmanuelle Riva. Eso sí, el autor de La doble vida de Verónica hace un uso exquisito de la banda sonora, además de filmar cada plano con suma elegancia y delicadeza. El color azul, como indica el título, está presente a lo largo de toda la película, aunque a veces sea de un modo sutil, apenas perceptible (la lámpara, la piruleta, la luz que se filtra a través de las ventanas…).


Tres colores: Azul, es una historia sobre el dolor y la superación, un relato que gira en torno a la libertad emocional del individuo, a su capacidad por desligarse de las emociones inherentes a su débil condición humana. Quizá no sea esa obra maestra de la que tanto se ha hablado, pero sigue siendo un ejercicio profundamente inspirador.


Las veinte mejores actrices de la historia.


El orden de la lista es aleatorio.

Greta Garbo (1905-1990).



Danielle Darrieux (1917-    ).



Hideko Takamine (1924-2010).



Lillian Gish (1893-1993).



Catherine Deneuve (1943-    ).



Ingrid Thulin (1926-2004).



Jeanne Moreau (1928-    ).



Ingrid Bergman (1915-1982).



Alida Valli (1921-2006).



Kinuyo Tanaka (1909-1977).



Elizabeth Taylor (1932-2011).



Bette Davis (1908-1989).



Joan Crawford (1905-1977).



Liv Ullmann (1938-    ).



Vivien Leigh (1913-1967).



Gloria Swanson (1899-1983).



Julie Christie (1941-    ).



Olivia de Havilland (1916-    ).



Katherine Hepburn (1907-2003).



Juliette Binoche (1964-    ).

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